LECCIÓN 3
MV3
El Respeto a la Vida Humana en la Historia de la Moral
I.
En los escritos de los Padres.
A quienes conocen mínimamente el
pensamiento de los antiguos Padres de la Iglesia les resulta difícil olvidar con respecto
a la defensa y promoción de la vida, las vibrantes expresiones de San Ireneo “la Gloria de Dios es
que el hombre viva” o la de San Ambrosio con respecto al fratricidio de
Abel “Este es el más grande de todos los crímenes, en ese momento se debió
desplegar la misericordia divina... pues no castigo al homicidio con la muerte”,
también resuenan con fuerza la voz de San Juan Crisóstomo que afirma acerca de la
vocación del ser humano:
“Ustedes que si ven que una
fiera despedaza a una oveja, ¿qué sienten cuándo hacen lo mismo con sus
semejantes? ¿No advierten que llamamos humano lo que respira compasión y
bondad, y calificamos e inhumano todo lo que lleve algún signo de crueldad y
dureza?”
De esta manera en los primeros
siglos de la era cristiana, el precepto bíblico del "no matarás"
quedo radicalizado a partir del mensaje evangélico y pacífico de Jesús. Así,
aun teniendo en cuenta las difíciles circunstancias sociopolíticas de aquellas
primeras comunidades cristianas, en el ambiente del imperio romano, su
interpretación era absoluta, como lo podemos ver en esta cita de San Ambrosio
"no parece que el cristiano, justo y sabio, trate de
salvar su propia vida con la muerte del otro"
En otras palabras, cualquier
atentado contra la vida humana, era considerado, en los primeros siglos del
cristianismo, como algo totalmente opuesto al sermón de la montaña y al
testimonio de Cristo.
Junto a estos textos existen otros
semejantes que dan testimonio del compromiso de los Padre de la Iglesia con la defensa de
la vida humana siempre apelando a la necesidad religiosa de proteger la vida
del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios; y llamado a ser
responsable, tanto de la vida propia como la de sus hermanos.
II. En la Teología
Medieval
Por lo que respecta a la ética de la vida corporal en
En los escritos del mismo santo,
los términos “vida” y “vivir” aparecen en más de siete mil ocasiones, lo cual
hace difícil la precisión de sus alcances. De todas formas, se puede decir que
esos términos encuentran en sus obras en un triple significado. En sentido
propio la vida significa el esse de los vivientes, en un sentido
derivado, vivir significa también la operación o actuación del ser
viviente, y, en tercer lugar, en sentido ético como la capacidad inscrita en el propio
viviente para actuar según sus virtualidades internas. Como quiera que fuere lo
importante es que el aquinate ve al hombre entero, como el ser viviente icono
de Dios. También en la vida física, y aun la corporeidad humana forma parte de
la imagen de Dios: “La misma figura del hombre es una huella que representa
la imagen de Dios en el alma” La vida se refiere a todo ser humano, en cuanto
“espíritu encarnado”.
De la anterior reflexión tomasina
se han deducidos varios planteamientos acerca de la vida humana como un bien:
a) La vida es un bien de la criatura
racional, o sea de la persona, porque “el modo más perfecto de vivir es el de los
seres dotados de entendimiento que son a su vez, los que con mayor perfección
se mueven así mismos”
b) Es un bien necesario para la
realización personal, porque ésta depende del grado de felicidad alcanzado ya
aquí en la tierra como prenda de la felicidad definitiva
c) Es el soporte básico de los demás
elementos que componen toda la vida humana, porque la estructura moral del ser
humano le obliga a plasmar su impronta de sentido en toda la realidad de su
vida.
d) Es un bien que pertenece a todo
ser humano y a cualquier otro ser vivo.
e) Es un bien de la comunidad
humana, porque la vida de cada individuo pertenece de alguna manera al
patrimonio común de la humanidad.
f) Es, en fin, un don recibido de
Dios y que pertenece a Dios.
Así
estas notas justificaron el valor y el respeto a la vida en la reflexión
tomista, sin perder de vista otro fundamento que el mismo santo ve como más
profundo: la dignidad propia de todo ser humano “por ser naturalmente libre y
existente en sí mismo”, así “tanto el varón como en la mujer se encuentra la
imagen de Dios”, y porque “la misma figura corporal del hombre es una huella
que representa la imagen de Dios”.
Con
lo anterior la dignidad humana se convierte así en el primer fundamento que
eleva el nivel del máximo respeto a la vida humana: “Considerado en sí
mismo, no es lícito quitar la vida a nadie, puesto que en todo hombre, incluso
en el pecador, debemos amar la naturaleza, que Dios ha hecho y que la muerte
destruye” (ST II-II q.64)
Sin
embargo, también debemos anotar, dentro del pensamiento de Tomás, que a pesar
de postular estos principios que le llevan a condenar tanto el suicidio como el
homicidio, en otros temas se ve obligado a justificar numerosas excepciones,
por ejemplo la pena de muerte, puesto que la vida humana se considera como un
valor “absoluto-relativo” y condicionado por otros valores superiores,
como el de la defensa de la vida de la comunidad, la defensa propia, o la de
los inocentes, confiando siempre en la responsabilidad de la autoridad que ha
de regir a la comunidad: "lo que Dios únicamente prohíbe es la occisión
injusta de un hombre”.(Cursus Theologiae Moralis, VI, Madrid 1754).
Duns
Escoto (Escuela Franciscana)
Siguiendo con la historia, nos
tenemos que detener en la reflexión de Duns Escoto, la cual surge cuando
aparentemente ya se había aceptado una interpretación más abierta sobre la
prohibición de no matar, en ella se defiende el carácter absoluto de la vida
humana. Así, para él y su escuela, la muerte de un hombre sólo está permitida
por una dispensa formal de Dios, “pues ninguna otra persona puede arrogarse
semejante poder, aun en el caso de criminales y malhechor” (Duns Escoto In
IV Sententiarum). Así, aunque en la práctica se aceptaban bastantes
excepciones, con este presupuesto se defendió una coherencia teórica mayor entre
el texto sagrado con el respeto a la vida humana.
Este planteamiento, en el que está
presente un nominalismo, propio de la escuela franciscana, hizo que la
reflexión moral se orientara por otros caminos: la prohibición de matar tiene
un valor absoluto e intrínsecamente pecaminoso, pues bajo ninguna circunstancia
debe excluirse su ilicitud. Así, la tolerancia de estas limitaciones al
precepto general sólo se explicaba por una supuesta inspiración divina, que
daba al hombre poder sobre la vida del otro.
De esta manera, y como hemos
visto, durante la Edad
Media se dieron en
torno a la reflexión sobre la vida humana dos escuelas: la franciscana (Duns
Escoto), y la dominicana (de Santo Tomás de Aquino), al paso del tiempo fue
esta última la que prevaleció y la que de hecho oriento durante mucho tiempo la
doctrina tradicional católica sobre el tema.
En síntesis, la distinción básica
de estas corrientes residió en la interpretación del precepto bíblico "no
matarás". Que los dominicos con una metodología de positivismo bíblico
justificaron en algunas situaciones y la de reflexión nominalista, de los
franciscanos, que en teoría nunca la permitieron.
III. La Escuela
de Salamanca
En esas sesiones irá estableciendo
nuevos elementos a considerar en el debate sobre la defensa a la vida, veamos
paso a paso su razonamiento:
a) En primer lugar afirma que es
impío darse a sí mismo la muerte, por ir contra la inclinación natural del
hombre que, por principio, responde al bien. Defender la vida es en realidad un
acto de fe en la bondad de Dios y en la bondad del ser humano creado a su
imagen.
b) Sin embargo, a Vitoria más que la
cuestión del suicidio, le interesa la pregunta por la bondad misma de las
inclinaciones naturales del hombre. El suicidio es contra el proyecto del
decálogo que dice “no matarás” luego es pecado y pecado mortal.
c) Ante ese precepto, y tomando en
cuenta la primera argumentación, Vitoria considera que matar en justa defensa
no cae bajo este precepto y que su
licitud no viene determinada por una ley positiva, en este caso revelada, sino
por un derecho anterior a ella (ley natural).
d) Ante la dialéctica entre ley
natural y el precepto revelado, Vitoria apuesta por la determinación del bien y
del mal sobre la base de la primera, con lo cual parece tener ante sí tanto a
los teólogos nominalistas, como a la teología reformada que apelaba a la “sola
Escritura”.
e) Por otra parte, se plantea
Vitoria una cuestión muy moderna, como es la del alcance de los preceptos
absolutos, de ahí parte precisamente: “Siendo este precepto de no matar en
absoluto, como nos consta con certeza que algunas ocasiones puede matarse, con
razón debe discutirse qué es lo que en él se prohíbe y cómo se prohíbe el
homicidio”.
f) La respuesta de Vitoria es que en algunos
casos matar a otro es lícito y bueno, como el hacerlo en defensa propia; luego
en este caso no está prohibido en todos los casos aquel precepto “No matarás”.
g) El maestro roza además la
autoridad para matar, contra lo dicho por San Agustín que veía en la autoridad
legítima una delegación divina. Vitoria rechaza el principio de la delegación
de la autoridad divina y la licitud de la occisión en virtud del mandato
positivo revelado. De nuevo apela al derecho natural. La autoridad no tiene
derecho a matar al inocente.
h) El teólogo, finalmente, no olvida
el objetivo de su relección y así, a todas estas consideraciones, concluye la
ilicitud del suicidio “Nadie es juez de sí mismo ni tiene autoridad sobre sí
mismo, y por eso nadie puede darse la
muerte, aunque sea digno de ella y nocivo a la república”.
IV. San Alfonso y la
Casuística
Ya dentro del renacimiento se dio
otra manera de tratar los problemas éticos de la vida corporal: abordándolos
dentro del esquema moral del V mandamiento. La tradición jesuítica-alfonsiana
mostró una peculiar preferencia por el esquema de los mandamientos y lo
introdujo no sólo en los manuales de moral, sino también en la conciencia moral
del pueblo cristiano que hoy en día muchas veces sigue viendo en este esquema
la síntesis de su vida moral.
De esta manera el libro del Jesuita
Azor, que suele considerarse como el primer manual de moral casuística (1611),
desarrolla los problemas morales de la vida corporal (homicidio, duelo, guerra)
en la exposición del V mandamiento. San Alfonso sigue este mismo planteamiento
y en sus aportaciones al texto de la
Medulla hace descender su pensamiento a la casuística
más interesante de su época, que imponía penas eclesiásticas a los homicidas,
tanto los mismos asesinos como los que sirven en ellos, a los organizadores y
asistentes a las corridas de toros, la licitud del suicidio para evitar una
muerte peor, a quienes se vean en peligro de violación, incluso la ilicitud de
la autoejecución y la probable ilicitud de la castración de los niños cantores,
etc.
Los posteriores manuales de moral
casuística siguen la orientación marcada por San Alfonso, aunque, como es
natural, desarrollan las aplicaciones de los principios para alcanzar los
problemas nuevos que van surgiendo, así en la exposición del V mandamiento los manuales alcanzaron cada vez mayor
precisión y sistematización para casos concretos pero perdieron la visión de
conjunto y las profundidades de la reflexión del Evangelio.
V. Época más reciente
Por último y más recientemente,
siguiendo la tradición jesuítica, los problemas relacionados con la vida humana
han tenido un tratamiento autónomo, y consiguientemente más sectorizado así se
ha hablado de temas en concreto como los de: medicina pastoral, ética médica,
magisterio pontificio de la salud, deontología de las profesiones sanitarias,
etc. Cada uno de estos materiales sirvieron y servirán para profundizar en la
problemáticas concretas que enfrenta el valor de la vida hoy en día. Aquí, me
parece que vale la pena hacer una acotación, pues si bien es necesario ir
especializándonos en problemas concretos de moral o ética de la vida sin caer
en la casuística, es necesario también recuperar en conjunto el valor de la
vida humana con planteamientos teológicos globales, que permitan presentar unas
serie de principios y criterios generales ante cualquier conflicto de valores
donde e vea involucrada y puesta en riesgo la vida humana. Por otro lado, es
pertinente recordar la importancia del planteamiento interdisciplinar en este
tema en búsqueda de propuestas integrales a favor de la persona a nivel total.
Así la teología moral, con
respecto al valor y promoción de la vida, se encuentra ante el reto que le lanza
la situación presente y futura de encontrar principios y criterios que alienten
a un compromiso de los hombres y mujeres de nuestro mundo con el desarrollo
integral de la persona humana, especialmente con ese elemento que está en la
base: su propia vida.
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